Después de pasar unos días sin verse, Marianne se encuentra con Bruno, su marido, y le comunica que deberían separarse. La mujer y su hijo se trasladan a Francia y se instalan en una gran casa medio vacía rodeada de trenes. Allí realiza traducciones para sobrevivir, mientras su calidad de exiliada alemana en un París contemporáneo y hostil la encamina lentamente hacia la locura.